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Freud y Bleuler: un encuentro conflictivo

Freud y Bleuler: un encuentro conflictivo


Freud y Bleuler


Bleuler, a pesar de su innegable curiosidad intelectual, no entendía
demasiado las complejidades y la audacia teórica del psicoanálisis de Freud

Mercedes Allendesalazar

  Sigmund Freud
Retrato de Sigmund Freud. AP

La correspondencia entre Freud y Bleuler narra la historia de un
encuentro y de un desencuentro. Cuenta, además, mil detalles
reveladores de la vida cotidiana de estos dos trabajadores
empedernidos: las rivalidades, los celos, el respeto mutuo, la cita a
mitad de camino entre Zúrich y Viena, en la estación de Múnich, un 25 de diciembre de 1910, a las seis de la mañana, seguida de un encuentro secreto de Freud con Jung sin que se enterara Bleuler. 

Pero estas cartas muestran sobre todo la dificultad de Freud en aceptar la ambivalencia de Bleuler, su ansia de médico judío, en un momento en el que el antisemitismo ya era una evidencia, por utilizar y poner al servicio de su causa cualquier nombre oficial, a ser posible el de un goy [cristiano] que tuviera una posición asentada en el campo de la psiquiatría institucional con el fin de asegurar la respetabilidad del psicoanálisis.

La correspondencia entre Eugen Bleuler (1857-1939), director del
Burghölzli, la más avanzada clínica psiquiátrica de la Europa de
principios de siglo, y Sigmund Freud (1856-1939), un neurólogo vienés que iba a transformar el sentido y la curación de numerosas
enfermedades mentales mediante la eficacia de la palabra, muestra no solo la libertad y la soledad de Freud sino también la de Bleuler.

Este psiquiatra suizo alemánico, de temperamento independiente, capaz de admirar la radical novedad de Freud y su aporte a la psiquiatría moderna, se mantuvo, al mismo tiempo, ajeno a cualquier forma de lo que él consideraba una ortodoxia peligrosa. 

Bleuler, como Breuer o Jung, no pudo aceptar la importancia de la sexualidad en la etiología de neurosis y psicosis. A diferencia de Freud, tampoco le interesaba expandir ninguna doctrina ni instituir ningún poder, los problemas de la Asociación Internacional Psicoanalítica le eran indiferentes y esta primera IPA le parecía demasiado cerrada y poco científica.

Bleuler era ante todo un médico preocupado por sus enfermos y las
ventajas que el diálogo entre psiquiatría y psicoanálisis podría
aportarles. No soportaba, al margen de su antialcoholismo notorio, las capillas ni los climas sectarios. Freud, en cambio, que apreciaba
mucho, como él escribe, en una carta llena de gracia, "el alcohol de
los demás", era un fundador. Un fundador de una práctica y de un saber nuevos, y le preocupaba, como a cualquier conquistador, asegurar la solidez incondicional de los lazos de obediencia entre sus tropas.

Quizá pueda decirse que alguno de sus discípulos más creativos, como el húngaro Sandor Ferenczi, pagaron con un gran desprecio por parte de Freud su sensibilidad y su libertad analítica.

La frontera entre Bleuler y Freud

A su manera, Bleuler había transformado la psiquiatría de Emil
Kraepelin, en donde ni la subjetividad del enfermo ni la del médico
contaban para nada, en una escucha individual que permitía un nuevo acercamiento a las psicosis. 

El psiquiatra suizo comprendió muy rápidamente la novedad que aportaba el psicoanálisis, novedad basada en el engarce entre la subjetividad del paciente y la propia subjetividad, evidentemente "trabajada", del analista. El médico dejaba de ser un mero observador que todo lo sabía desde un principio para convertirse en un actor, junto con su paciente, de un nuevo proceso de vida. Así, gracias a su "docta ignorancia" (o sea, a su capacidad de "no saber" ejercitada desde un saber teórico pero también subjetivo de lo que estaba actuando en la palabra y las emociones del paciente), podían llegar entre ambos a transformarlo o, incluso, reconstruirlo, como en el caso de algunas psicosis cuando la afectividad ha quedado arrasada.

Pero a Bleuler lo que le interesaba era explorar la esquizofrenia y el
autismo, conceptos hasta entonces muy poco conocidos —"mi autismo no se deja deducir de la sexualidad"— . Aquí empezaba la frontera entre él y Freud. Para Freud, la escisión del yo pertenecía más bien al ámbito de histerias y psicosis y el autismo era una etapa originaria en la sexualidad de todos los humanos que Freud, además, no llamaba autismo sino "autoerotismo", cosa que molestaba mucho a Bleuler. 

Según Freud, esta etapa fundamental del desarrollo podía, cuando el niño había sido herido, quedar bloqueada y dar lugar a un terrible
estrechamiento de la conciencia y de la vida.

El caso es que Bleuler, a pesar de su innegable curiosidad 
intelectual, no entendía demasiado las complejidades y la audacia
teórica de Freud, que jamás dudaba en afinar ininterrumpidamente sus descubrimientos, e incluso en desmontar sus propios conceptos, para hacerlos avanzar en función de una nueva experiencia clínica, basada en la observación.

Hombre de origen rural, preocupado por cuestiones prácticas, el médico suizo prefería enraizarse en su práctica empírica de médico más que en las sutilezas de los descubrimientos conceptuales demasiado ajenos a su trabajo.

Su clientela no estaba compuesta de neuróticos como
mayormente lo estaba la de Freud. 

A Bleuler le costaba, como él se queja en las cartas, no solo asociar libremente sino comprender la libertad intelectual de Freud. A éste le reprochaba su capacidad de volver siempre a lo mismo añadiendo nuevos matices, nuevas diferencias: "Sus conceptos psicológicos son conceptos provisorios creados en función de sus experiencias del momento; son susceptibles a cada instante de ser modificados por nuevas experiencias (...) no tienen límites definidos".

El interés teórico de los textos de Freud y su dimensión viva, al
presentarse siempre escritos como un proceso en curso de pensamiento y de observación, de lo que hasta entonces no había sido ni siquiera observado o pensado, parece haberle resultado a Bleuler demasiado complejo.

A Freud, habitante de una capital que era el centro de un imperio,
llena de cafés, de periódicos y de novedades en todos los campos de las artes y de las ciencias, le apasionaba la literatura, la filosofía
de su época, la mitología, la arqueología, el tema de la historia, del
tiempo que pasa, de aquello que nace, se transforma y muere; o sea, el tema, vienés por excelencia, de la modernidad, el tema de lo que somos y vamos perdiendo. Freud disfrutaba escribiendo y construyendo redes para afianzar la existencia del recién nacido psicoanálisis. Pues la mayoría de los vieneses eran checos, polacos, húngaros, rusos o lo habían sido sus abuelos y Freud, como todos aquellos judíos urbanos de entonces, era hombre de extensos espacios.

Este ir y venir conceptual y geográfico era sin duda ajeno a Bleuler.

El médico suizo reprochaba al vienés con mucha finura que todo lo que a él le molestaba lo convertía en resistencia. Sobre todo le
reprochaba el no aceptar el conflicto con los demás y el preferir
quedarse en el círculo, ciertamente internacional pero familiar al fin
y al cabo, de los que compartían su pensamiento. Sin embargo, el
verdadero interés de Bleuler por los descubrimientos del psicoanálisis le llevó a convertir su clínica de Zúrich en el primer centro psiquiátrico de la práctica psicoanalítica, por donde pasaron a formarse muchos de los grandes psiquiatras de entonces.

El veneno del inconsciente

La idea central de Freud, además de la del origen sexual de nuestro
deseo y de nuestras afecciones y sufrimientos psíquicos, fue la idea
de un inconsciente, rabiosamente eficiente pero desconocido para
nosotros. Esta idea paradójica les pareció a muchos imposible de
aceptar, incluso a Bleuler que tuvo la honradez intelectual de
mantener hasta el final su ambivalencia hacia las tesis de Freud,
asumiendo algunas de ellas a medias, como la de inconsciente, y
rechazando otras como el exceso que representa, no solo en niños sino en todos los adultos, la sexualidad.

Bleuler no pudo hacer suya la radicalidad que Freud atribuyó al
inconsciente: "Lo inconsciente es lo psíquico verdaderamente real, nos es tan desconocido en su naturaleza interna como lo real del mundo exterior, y nos es dado por los datos de la conciencia de manera tan incompleta como lo es el mundo exterior por las indicaciones de nuestros órganos sensoriales".

Resultaba duro aceptar que ignoramos la esencia misma de nuestro deseo y, peor aún, que ni siquiera somos dueños de nosotros mismos, que siempre nos falta algo y que esta carencia es la que nos hace humanos.

Eugen Bleuler, Karl Abraham, Karl Jung, Ludwig Binswanger y todos aquellos que pasaron por la clínica del Burghörzli asumieron la responsabilidad de aceptar y difundir, cada uno a su manera, en mayor o menor medida, esta noción venenosa de inconsciente. Venenosa sobre todo para nuestra omnipotencia infantil porque obliga, para poder vivir con los demás, a imponer al deseo unos límites claros, como el principio de realidad frente al del placer.

Estos psiquiatras adoptaron el inconsciente cada cual con su estilo,
de una manera tímida pero eficaz como Bleuler, comprometida con cierta religiosidad y sobre todo más adelante con el régimen nazi como Jung o de una manera propiamente fenomenológica y filosófica como Binswanger.

Pero la receptividad de todos ellos a las tesis freudianas fue
suficiente como para que el concepto de inconsciente comenzara a cavar surcos inesperados, caminos teóricos y prácticos que conducían a la ruta abierta por sus defensores.

Y así, burlando la oposición de sus adversarios como si la historia se escribiera siempre con renglones torcidos, esta noción de inconsciente se deslizó por Europa y sobre todo, a raíz de la guerra, en Inglaterra, adonde había emigrado Freud en 1938. Allí fue abriéndose paso por los hospitales públicos, por dispensarios de barrios y pueblos, en las aulas de las universidades, hasta en la radio, rebosando con creces los círculos de especialistas y la intimidad de las consultas privadas. Acaso ni el propio Freud soñara que este difícil concepto de inconsciente fuera a existir, además de en un espacio institucional receptivo a la subjetividad y al dolor de los pacientes, niños y adultos, en aquel más amplio de la cultura europea.

A través de su apuesta por el inconsciente, Freud y generaciones de
analistas se han empeñado en escuchar la palabra de los que se
quedadaron atados a un dolor repetitivo y mudo que no podía ser
elaborado sin que otro ayudara a transformarlo, dando importancia a la palabra no sabida. 

La correspondencia entre Freud y Bleuler permite al lector asomarse al nacer de este descubrimiento de la subjetividad en
el mundo de la psiquiatría y de las psicosis.



Sigmund Freud- Eugen Bleuler. Lettres 1904-1937. NRF, Gallimard, Paris, 2016.




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Cómo transformar un pensamiento negativo en positivo

Cómo transformar un pensamiento negativo en positivo

¿Sabes cómo trasformar un pensamiento negativo en positivo?

¿Se puede transformar un pensamiento negativo en un pensamiento positivo? 

Barbara Fredrickson, psicóloga de la Universidad de Carolina del Norte (EEUU), ha demostrado cómo una actitud optimista frente a la vida puede ayudar al cerebro a pelear contra las emociones negativas. 

La investigadora ha constatado que, mediante determinados ejercicios, el cuerpo puede ser entrenado para promover respuestas positivas y multiplicarlas, logrando así generar un amortiguador natural contra el estrés y la depresión.

Lo primero que tenemos que tener claro es que los pensamientos a los que les “declaremos la guerra” nos van a atacar. Si cada vez que llega a nuestra mente un pensamiento negativo, nos resistimos a él, nos oponemos, o lo negamos, lo que va a suceder es que ese pensamiento va a persistir, y va a permanecer en nuestra mente una y otra vez. Cada pensamiento desencadenará más pensamientos de su misma naturaleza, y así hasta generar toda una inundación cognitiva que no nos ayuda.

Los pensamientos que tenemos pueden afectar nuestra vida cotidiana e incluso a nuestras emociones y comportamientos. Es importante entender la relación que existe entre contrarrestar el pensamiento negativo y reducir las consecuencias negativas del mismo. Para esto, lo primero que tenemos que hacer es identificar nuestros patrones de pensamientos negativos automáticos, que por la fuerza de la costumbre han pasado a formar parte de nuestras creencias fundamentales.

Nuestras creencias fundamentales están llenas de sesgos o distorsiones cognitivas. Es hora de identificar estas distorsiones y combatirlas para generar pensamientos positivos frente a cada nueva situación. Estos sesgos o distorsiones hacen que nuestra mente elimine la información que no le conviene para el mantenimiento de nuestras creencias y agrande o magnifique la información que sí concuerda con nuestra manera de ver la vida.

“El trabajo del pensamiento se parece a la perforación de un pozo: el agua es turbia al principio, mas luego se clarifica” -Proverbio chino-

Los pensamientos solo son una parte modificable de ti

El cerebro no busca la verdad, sino sobrevivir. En un mundo prehistórico, esta manera de comportamiento mental fue muy acertada, pero en el actual muchas cosas han cambiado. Ahora no es tan necesario dar una respuesta rápida para sobrevivir, como una respuesta adaptada a cada situación. 

Tenemos que tener presente que nuestro cerebro puede, en ocasiones, estar equivocado: puede que nos muestre la situación como piensa que es y no como en realidad es.

La mente busca ahorrar energía, darnos rápidamente una respuesta ante un suceso concreto, para tratar de tomar control y proporcionarnos seguridad y tranquilidad. Es en estos atajos mentales donde se producen las mayores distorsiones. Nuestro cerebro primitivo tiende a actuar rápidamente, como tenían que actuar nuestros antepasados para sobrevivir, de ahí el exceso de generalizaciones, filtraciones negativas y rigidez mental cuando procesamos la información de manera rápida.

En la actualidad, en nuestra sociedad son muy pocas las situaciones de peligro real que nos encontramos en nuestro día a día; casi todas las situaciones de amenaza son imaginadas o para las que sobredimensionan las consecuencias. Procesar la información de manera rápida nos hace caer en los sesgos que intentan hacer nítida una imagen distorsionada por la rapidez con la que la que hemos intentado procesarla.

Una de las mayores distorsiones involuntarias consiste en aceptar como una verdad absoluta la probabilidad de que algo pueda ocurrir. Esto nos lleva a actuar de manera ansiosa o deprimida sin que el hecho haya ocurrido. Solo alrededor del 20% de nuestros pensamientos ocurren en realidad. Así, nuestros pensamientos no deben de ser los jueces de nuestra vida, sino más bien los espectadores.

“Ni tu peor enemigo puede hacerte tanto daño como tus propios pensamientos”

La abstracción selectiva: maximizar lo negativo y minimizar lo positivo

La abstracción selectiva es una distorsión del pensamiento que te lleva a sentir que lo negativo es más relevante y está más presente en las situaciones que lo positivo. No es algo que te propongas, simplemente se convierte en una forma automática de procesar la realidad. Es muy probable que hayas adoptado esta forma de pensar por “herencia educativa” y no te hayas parado a cuestionarla.

Cuando se ha vivido en entornos donde se pone de relieve lo negativo de cada persona o situación, te acostumbras a pensar que este tipo de análisis es el correcto. Además, esta perspectiva va quedando fijada en tu cerebro paulatinamente y por eso no logras detectar las grietas que de verdad existen en tus razonamientos.

Puede que incluso hayas incorporado algunas justificaciones para pensar de esta manera. Quizás crees que si solamente te detienes en lo negativo, vas a correr menos riesgo de sentirte desilusionado o frustrado al no alcanzar un objetivo, o descubrir los errores o vacíos de las demás personas. 

También es posible que creas en aquello de que ver lo negativo es una actitud más analítica y crítica, porque lo bueno no hay que tocarlo y en cambio lo malo es lo que se debe mejorar.

La abstracción selectiva en la vida cotidiana

Las personas que mantienen esta distorsión en el pensamiento se muestran enfadadas con frecuencia. 

Es usual que tengan todo un catálogo de lo que no soportan o de lo que les indigna. No aguantan la impuntualidad, toleran todo menos la mentira, les revienta que la gente sea conformista y cosas por el estilo. A la vez, se sienten indignados y hasta agredidos por los errores de los otros. Esto, además, puede ser una forma de pensar que les enorgullezca.

La abstracción selectiva no solamente se dirige al mundo externo, sino que también, y muy especialmente, termina aplicándose a uno mismo. Esto da como resultado aquellas personas a quienes les decimos que “se arman una película en la cabeza”. Dicho de otro modo, son quienes suelen imaginar el desenlace de todas las situaciones como algo terrible o, en todo caso, negativo para ellos.

Este puede ser un ejemplo: el novio tarda un poco en llegar a la cita con la novia. Ella comienza a desesperarse y lo que imagina es que tal vez sea una manera que él tiene para comunicarle que ya no está tan interesado en la relación como antes.
Termina pensando que se trata de un hombre desconsiderado, egoísta y que, además, no la quiere, como en su mente se ha dicho a ella misma muchas veces. Cuando él llega, lo que hace es precisamente lanzarle todas esas acusaciones, sin tener en cuenta que su tardanza se debió a un accidente de tráfico, algo que escapa por completo a la voluntad del novio pero que ha tenido que sufrir igual o más que la novia.

Otro ejemplo, aplicado al trabajo, es el de alguien que ha preparado cuidadosamente una exposición y, tal como lo espera, resulta exitosa. Sin embargo, alguno de los asistentes hace alguna crítica respecto a un aspecto menor de la presentación. De esta manera, nuestro presentador elimina la sensación de triunfo y en su memoria solamente queda almacenada esta crítica, en la que se va a recrear una y otra vez los días siguientes.
Sale pensando que quizás los demás también tenían reparos, pero el único que lo expresó en voz alta fue quien formuló la crítica. Llega a creer que quizás todo su esfuerzo fue en vano, porque la presentación no respondió a sus expectativas, que en todo momento estaban condicionadas al cumplimiento de las expectativas de los demás.

Luchando contra la abstracción selectiva

Mantener la mente en el registro de la abstracción selectiva, indefectiblemente, nos conduce a estados de frustración y enojo. No es algo que enriquezca la vida de alguna manera, ni tampoco un tipo de pensamiento que se deba cultivar. Todo lo contrario: lo aconsejable es erradicar ese automatismo de nuestra mente, para llevar una vida más plena. Pero, ¿cómo lograrlo?

Como todo comportamiento mecánico, lo primero es hacer conciencia de que incurrimos en él. Es bueno que te hagas la siguiente pregunta: ¿cuánto valor le doy a lo negativo en las personas o en las situaciones?, ¿pienso, de algún modo, que lo negativo es algo que merece más aprecio que lo positivo?

Una vez que se reconoce la existencia de esa abstracción selectiva en nuestro pensamiento, lo siguiente es llevar a cabo un proceso de auto-observación para detectar si nos pasa con todo y con todos o se activa solamente en determinadas circunstancias. Esta actitud auto vigilante nos permitirá percatarnos de aquello que desata la distorsión. Lo más probable es que descubramos que el mecanismo se dispara en circunstancias que nos generan inseguridad.

Cuando llegue ese momento en que nos digamos a nosotros mismos: “Oye, estás viendo solamente lo malo”, estamos listos para dar el siguiente paso. ¿Por qué no intentar ver lo bueno, lo positivo?

Trata de convertirlo en un ejercicio permanente, casi en otro automatismo: a cada valoración negativa que hagas de algo o de alguien, inmediatamente debes contraponer una valoración positiva. “Encontré este defecto, ahora la tarea es encontrar una virtud”. Así estarás en el camino de superar el terrible peso de un pensamiento con abstracción selectiva.

Entiende a tu mente y tu mente te entenderá a ti

La mayoría de nosotros solemos dedicar una parte de nuestra atención a las actividades que estamos realizando en el momento, mientras que la mente y los pensamientos están trabajando en otro problema. Actuar así se denomina vivir con el “piloto automático”, ocupándonos de lo que hacemos con muy poca conciencia de los detalles del momento.

Ser plenamente conscientes de lo que está ocurriendo aquí y ahora es el estado ideal para combatir los pensamientos negativos. Aceptar que ese tipo de pensamientos son necesarios en determinadas circunstancias, y un círculo vicioso de premoniciones negativas que se retroalimentan, nos da la clave para contrarrestarlos por pensamientos más ajustados a la realidad.

Es posible que haya elementos de determinadas situaciones que no podamos cambiar, como el dolor, la enfermedad o una circunstancia difícil, pero al menos podremos darnos cuenta de cómo reaccionamos o respondemos a todo lo que nos ocurre. Haciéndolo nos situaremos en posición de desarrollar estrategias para cambiar la relación que tenemos con nuestras circunstancias y los filtros -no siempre amigos- que utilizamos para procesarlas.



“El cazador que persigue dos conejos no atrapa ninguno”


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